AUTORRETRATO http://08
18.2.08
  16 de febrero 08, sábado.

Esperaba que Sofía llegara para ir al casamiento de Anita pero no llegó. Más tarde me comuniqué con ella por teléfono y me dijo que no consiguió pasaje, que no hay hasta el 1° de marzo. Que va a ir a Porto Alegre a ver si consigue algo allá.
No registros.
Va capítulo 3:

3


Al día siguiente me levanté muy temprano con la sensación de no haber descansado nada. Había tenido pesadillas toda la noche. Miré mi reflejo en el espejo grande del dormitorio. Mi melena habitualmente bien cuidada y brillante estaba erizada y enmarañada. Unas ojeras oscuras me rodeaban los ojos, que tenían un brillo vidrioso. Todavía tenía puesto el vestido manchado del día anterior que además estaba todo arrugado, ya que después de llegar me había tirado en la cama así como estaba y me había quedado dormida. Mi imagen era deplorable.

Decidí arreglarme un poco. Abrí el grifo de la bañera, puse unas sales perfumadas y me metí en el agua. Después de descansar un rato en el agua tibia me vestí y me peiné. Sintiéndome algo recuperada fui hasta la cocina, me preparé un buen desayuno y me puse a elaborar un plan.

Tenía que ir a la iglesia, eso era impostergable. Pero quería pasar antes por lo de Doña Lorena, a ver si había salido de la crisis y podía decirme algo. La cita en la iglesia era a las dos de la tarde, así que tenía tiempo suficiente.

Salí hacia la parada del ómnibus que me acercaba a lo de Doña Lorena. Cerca de mi casa solamente hay un ómnibus que me lleva a ese barrio, así que tuve que esperar como quince minutos hasta que por fin llegó, y paró junto a mí con un resoplido de frenos, de puertas de aire comprimido. Subí, por suerte había asientos libres. Me senté en un asiento doble que estaba vacío y me dormí. Cuando me desperté había un hombre a mi derecha, yo estaba recostada contra él y tenía la cabeza apoyada en su hombro.

-Disculpe –le dije y me di cuenta que me ponía colorada, los cachetes me ardieron.

-Nâo teim importancia, a suas órdenes –me contestó el hombre, en portuñol. Tenía una voz pastosa y me miraba con una sonrisa burlona. La sonrisa me hizo acordar a alguien pero no supe a quién. Una fea cicatriz le atravesaba la cara desde la frente al mentón y le cerraba el ojo derecho. Tenía la piel oscura y parecía curtida como la de un hombre de campo. De cualquier forma su aspecto no era desagradable.

Miré hacia afuera, el ómnibus estaba llegando a la parada donde tenía que bajarme; había dormido casi todo el trayecto.

-Con permiso –dije mientras me paraba. Él se levantó para dejarme pasar. Le hice señas al guarda y cuando el ómnibus paró me bajé. Miré hacia arriba, el hombre me saludó con un movimiento de cabeza a través de la ventanilla. Le hice adiós con la mano. El ómnibus arrancó y dejó atrás una estela de humo negro y espeso.

Caminé las dos cuadras que me separaban de la casa de Doña Lorena. La calle estaba muy movida, la gente parecía apurada y todas las caras que miré llevaban el ceño fruncido. Traté de no tomar eso como una premonición.

Al llegar a la casa noté que a la luz del día era todavía más patética: el pequeño jardín del frente estaba cubierto de malezas, desprolijo y con algunas latas oxidadas tiradas sobre la tierra reseca.

Golpeé la puerta de madera pintada de marrón. Esperé un rato sin escuchar ningún ruido que pareciera provenir del interior de la vivienda; en cambio, me aturdió el motor de un auto con el escape roto que pasó por la esquina y oí la charla apagada de unas mujeres que parecía venir de la casa de al lado. Me acerqué un poco más a la puerta aguzando el oído. Debajo de la pintura marrón medio descascarada se notaban filetes desparejos de otros colores como si hubiera sido pintada varias veces una encima de la otra: rojo, azul, celeste. Golpeé de nuevo, esta vez con más fuerza. Ya estaba pensando en irme cuando se abrió una rendija y apareció media cara y una parte del hombro derecho de la mujer callada.

-Ah, es usted –dijo sin entusiasmo. En el único ojo que dejaba ver me pareció notar una mirada acusadora.

-Venía a ver cómo está Doña Lorena. ¿Se recuperó? –le pregunté tratando de disimular la ansiedad.

-Sí –contestó- pero no se la puede molestar. Está descansando del trance. Cuando entra en esos trances, a veces demora hasta una semana en recuperarse-. Abrió un poco más la puerta y me llegó de nuevo el olor penetrante a moho. La mujer se escurrió hasta afuera. Estaba despeinada, llevaba puesto el mismo batón manchado y grasiento, y seguía exhalando un olor rancio igual que el día anterior.

-No quiero hacer ruido para no despertarla, eso podría ser fatal –dijo, con un tono susurrante y marcando mucho las eses. Pensé que debía ser fronteriza, de la frontera con Brasil, todos los del norte hablan así marcando las eses-. Ayer casi no pude sacarla del trance, se retorcía sin parar, balbuceaba… –agregó moviendo la cabeza de un lado a otro con un gesto de preocupación, el ceño fruncido y mordiéndose el labio superior.

-Por si le interesa... –continuó, adelantando un poco una mano con la palma vuelta hacia arriba, un ademán que obviamente quería decir que yo tenía que colocar ahí un billete. -Por si le interesa… ayer dijo algo que podría ser importante para usted… –pronunció las palabras con lentitud sin dejar de mirarme, luego miró su mano, ladeó la cabeza hacia la derecha y levantó la vista de nuevo hacia mí con cara impasible.

-¿Siiii? –le pregunté, arrastrando la i, y luego traté de hacer algún ademán que diera a entender que me interesaba poco: levanté las cejas y un poco los hombros. Creo que me salió un poco forzado, pero no pensaba poner un peso más en su mano huesuda.

-Sí –dijo, rotunda, y dejó pasar unos segundos antes de proseguir. Me costó mucho sacarla del trance y es seguro que Doña Lorena no se acuerda ni se va a acordar de nada, nunca se acuerda de lo que dijo cuando sale de esos trances. Me miró con ojos codiciosos. Si yo no hubiera estado allí nadie sabría qué fue lo que dijo... –agregó. Son quinientos –continuó luego de otra pausa mirándome de arriba abajo. Después cerró la boca, adelantando un poco el labio inferior y frunciendo la barbilla. “Vieja bruja”, pensé, “ni te lo sueñes”.

-No sé si me interesa –le contesté, con un tono indiferente. Ayer le pagué los quinientos y ahora no traje plata. En todo caso, dígame qué dijo, y mañana le traigo otros quinientos –insinué esperanzada.

-Bueno, vuelva mañana –dijo en un tono seco y tajante. No sé si voy a poder atenderla ni si me voy a acordar qué fue lo que dijo Doña Lorena. Mañana vemos. Se dio vuelta y sin saludarme entró a la casa y cerró la puerta. Me desesperé y golpeé otra vez la puerta, estaba segura que me estaba esperando.

-Escuche –le dije cuando vi aparecer de nuevo su nariz afilada por la rendija de la puerta. Me acordé que tenía quinientos pesos en el bolsillo... –agregué, humillada, conciente de que la mujer no iba a creerme. No me creyó, por supuesto, pero estiró la mano y me arrancó con rapidez el billete que yo le extendía. Por un instante una sonrisa triunfal le iluminó el rostro.

-Santa Clara– dijo secamente. Y me cerró la puerta en la cara con un gesto de desprecio.


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