AUTORRETRATO http://08
3.5.08
  03 de mayo 08, sábado (falso, son imágenes de abril).

Subo unos stills del video ”rivera/ livramento”. Esto está fuera de fecha, no es del 3 de mayo, el video lo hice el 23 de abril, y lo edité y lo presenté el 24, cuando estuve en la frontera, pero no importa porque es atemporal. Creo. Mmmmmm. No sé bien. Tendré que meditarlo, sopesarlo, analizarlo, considerarlo, estudiarlo, observarlo, compararlo, razonarlo, investigarlo, recapacitarlo, profundizarlo, repasarlo, especularlo, repensarlo, examinarlo, contemplarlo, calcularlo, apreciarlo, indagarlo, discurrirlo, deducirlo y algo más.



























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2.5.08
  02 de mayo 08, viernes.

Antes de salir para Santa Lu, pasamos a ver un apartamento. Sofi quiere mudarse, pero no es fácil encontrar el lugar adecuado. Y bué. Ya veremos.





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  01 de mayo 08, jueves.

Primero de Mayo, día de los trabajadores.

Cementerio del Buceo.






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  30 de abril 08, miércoles.

Se murió la mamá de Carmen así que de noche fuimos a darle un beso. Estaban todos los chicos –mis sobrinos, amigos, novios, etc.- y algunos de los hermanos, pero Carmen no, justo había tenido que ir a hacer trámites, de esos trámites horribles que hay que hacer cuando se muere alguien y sólo se tienen ganas de llorar, sentada, acostada, parada o acuclillada, y de cualquier forma tiene que salir, ir a la funeraria, pedir la sala, elegir el cajón, las flores, coordinar los horarios del entierro, los adornos del velatorio, no sé bien porque nunca hice ninguno de esos trámites, pero ahora pienso que capaz que te sacan un poco de la tristeza –aunque la mamá de Carmen era viejita y estaba enferma, supongo que igual te da tristeza- o la verdad es que a la tristeza no deben sacarla, solamente la atrasan un poco, la dejan que venga de a poquito, y va entrando en el cuerpo cuando uno tiene la cabeza embotada y no se da mucha cuenta y cuando quiere ver ya la tristeza ocupó todo el cuerpo y la mente y uno es eso solamente; un montón de tristeza.

Va capítulo 10 de “Santa Clara (un espacio oscuro”):


10

Yo iba entretenida, tratando de reconocer los detalles del camino que había recorrido esa mañana. Todo parecía igual, el descampado, la vegetación que se volvía cada vez más frondosa al acercarnos al pueblo. El recorrido era bastante más largo de lo que yo recordaba. “Cómo pude caminar todo esto con los malditos tacos y cargando la maldita valija con las malditas ruedas trancadas”, pensé, recordando el agotamiento que había sentido.

Angélico conducía sin apuro y parecía preocupado, miraba con recelo hacia un lado y otro del camino.

-A los antiguos dueños de estas tierras –dijo Angélico rompiendo el silencio- los mataron unos bandoleros. Vinieron a robar y después de sacarles la fortuna que tenían guardada los asesinaron de forma terrible e incendiaron la casa. Tenían dos hijos: Clara y Pablo. Clara, que tendría en esos tiempos unos nueve años, se salvó; la encontraron acurrucada dentro de un espacio oscuro que supuestamente servía como escondite para guardar valores. La niña desvariaba y estaba muy malherida. Ella contó que la salvó un morocho grande, que tenía una terrible cicatriz que le cruzaba la cara, que la defendió de otro que quería matarla. La llevaron a un convento donde unas monjas se hicieron cargo de ella. A los diecisiete años huyó y no se supo nada más de ella. Dicen que era tan loca como hermosa, que nunca se vio un cabello tan rubio como el de ella. Los salteadores se llevaron con ellos al hijo menor, que tendría unos dos o tres años. Los paisanos viejos dicen que el niño se hizo bandolero y que lo mataron mucho después, en un enfrentamiento con la guardia civil. Cuando lo mataron tendría unos trece años aunque nunca se encontró el cuerpo.

Angélico hizo una pausa larga y se instaló un silencio opresivo.

-Aseguran que su espíritu vaga por acá –continuó al rato, como si hubiera evaluado las palabras que iba a pronunciar. También la gente de la zona, cada vez que ve un hombre con una cicatriz en la cara le demuestra respeto, piensa que puede ser la reencarnación de “Maluco”, el supuesto salvador de la niña Clara.

No le contesté, murmuré algo así como “mmmh...”

Al llegar al pueblo, me extrañó no ver a los chiquilines descalzos, corriendo hacia la camioneta. Con lo curiosos que se habían mostrado esa mañana la reacción más lógica hubiera sido que aparecieran por ahí. No se notaba ningún movimiento. Ningún ladrido. Nada. Angélico disminuyó la marcha, iba despacio, a paso de hombre.

-Dónde fue que viste a la gente –dijo sin tono de pregunta, pero mirándome con ojos interrogantes.

-En casi todas las casas vi gente –le contesté- pero con la única que hablé fue con la señora del almacén. Le pregunté por los castelhanos. Más tarde un chiquilín descalzo me acompañó hasta la fazenda. Se llamaba Joâocinho. Ella, la señora del almacén, lo mandó a acompañarme. Le hablé en tono pausado, como quien le explica algo por enésima vez a un niño que no entiende. Estaba molesta y no entendía por qué Angélico desconfiaba tanto.

Atravesamos el pueblo sin ver un movimiento ni oír un ruido. No vi moverse las cortinas y las casas me parecieron realmente abandonadas, las paredes descascaradas, los colores desteñidos. Los jardines estaban descuidados, aunque la vegetación era igual, espesa y salpicada de flores de colores exuberantes. Una enredadera cubierta de flores amarillas había ocupado todo el patio delantero de una casa, de forma que parecía imposible que nadie entrara o saliera. No entendí, todo me daba una sensación de irrealidad, incluso pensé que Angélico me había llevado a otro pueblo.

Al fin llegamos al almacén, eso me dio la pauta de que el pueblo era el mismo pueblo en el que yo había estado. Esa construcción estaba igual, ya me había parecido medio ruinosa, con los carteles descascarados por el tiempo.

Bajamos de la camioneta y me dirigí directamente a la puerta. Estaba cerrada con un candado herrumbrado. La puerta y el candado estaban llenos de telarañas y cubiertos de polvo. Golpeé la puerta con una remota esperanza de que apareciera alguien, por lo menos desde atrás de la casa. Angélico se quedó un paso atrás observando en silencio. Suspiré, sentía un intolerable temor a estar enloqueciendo.

-Bueno –le dije con tono de disculpa y sintiéndome ridícula- es acá, hoy hablé con una mujer alta, grandota, de pelo negro recogido en un moño. Ella fue la que me dijo donde podía encontrar a los castelhanos, ya te lo conté –agregué, molesta con él, con todo, conmigo misma.

Sin esperar un comentario de Angélico, golpeé de nuevo la puerta, con fuerza, casi con rabia. Miré a Angélico, que a su vez me miraba con una expresión extraña.

-Es evidente que ahora no está, habrá salido –continué, obstinada- pero hoy hablé con ella, te lo juro. Hice una cruz con el dedo índice de cada mano y la besé dos veces, cambiando de posición los dedos en el segundo beso. Angélico no me contestó. Seguía con el ceño fruncido.

-No es para tanto –dije pensando que exageraba, que su reacción era exagerada- debe andar por ahí. Seguro que viene en cualquier momento.

Angélico fue hasta el fondo de la casa, como si buscara algo. Lo seguí con curiosidad. Se dirigió al aljibe e intentó abrirlo. Tuvo que hacer palanca con un trozo de fierro viejo que recogió del piso porque la tapa de hierro del aljibe no cedía, parecía trancada. Estaba muy oxidada y con algún agujero. Al segundo intento la tapa cedió con un chirrido y cayeron unos pedazos de hierro dentro del aljibe. Se escuchó el ruido seco cuando llegaron al fondo. No hubo ruido a agua, ningún ruido a agua.

-Martinha... –murmuró Angélico ensimismado- no puede ser... Vamos –dijo con el mismo tono autoritario que ya le conocía, después de quedarse un rato pensativo, con los ojos fijos en mí hasta que me sentí incómoda. En realidad no supe si me miraba a mí o miraba al vacío.

-Vamos, que acá no hay nadie –agregó después, como si reaccionara. Mientras caminábamos hacia la camioneta no pude pensar, estaba confusa y mareada, no podía entender qué estaba sucediendo.

-Martinha era la dueña de este almacén, era alta, una espléndida mujer… Tenía el cabello negro y lo usaba atado en un moño –después de dar unos pasos largó ese dato así, de sopetón. La voz de Angélico era serena.

-Murió hace muchos años de fiebres, como la mayoría de la gente de este pueblo. Joâocinho, su hermano menor, también murió. El niño tendría unos ocho o nueve años y vivía con ella. Nunca se supo qué pasó. Algunos dicen que se contaminó el agua de los aljibes –continuó- los pocos que no murieron, se fueron, abandonaron sus tierras, sus casas, sus animales. Me miró serio a los ojos-. Desde esa época el pueblo está abandonado –añadió mirándome con la misma fijeza. No supe qué contestarle y supuse que tampoco esperaba una respuesta.

Un movimiento me llamó la atención y miré hacia el costado: sorprendida, vi venir gateando por el sendero de pasto, el que llevaba a la carretera, a la rubia del ómnibus. Nos quedamos pasmados mirándola como si fuera una aparición.

-Hola –dijo ella con un tono de lo más natural, cuando estuvo a unos metros de distancia. Levantó la cabeza para hablar y siguió acercándose. -¿Acá es Santa Clara, verdad?

Angélico la miraba fijo, parecía paralizado. Yo no me asombré, pasara lo que pasara ya todo me parecía normal.

-Sí –le contesté- es acá.

La mujer, igual que en el ómnibus, ronroneó como un gato.

-Qué bueno, por fin llegué –dijo y largó un suspiro largo y ronco-. Iba en un ómnibus y me pasé como treinta kilómetros –continuó, pensativa. El guarda se olvidó de despertarme, aunque insistió e insistió en decir que me despertó y que me bajé. Encima me quería cobrar el boleto por los treinta kilómetros que él decía que yo había hecho de más. “¿Cómo que me bajé, no ve que estoy acá?”, le dije sin perder la paciencia. “No sé cómo la señora volvió a subir”, me contestó, tozudo, “lo que sé es que la señora bajó en Santa Clara”. No hubo forma de entendernos. Le dije que estaba loco. No quería dejarme bajar. Los demás pasajeros empezaron a despertarse y a preguntar qué pasaba, y creo que por eso me abrió la puerta y me dejó bajar.

La mujer hablaba con lentitud, con un tono muy suave y bajo, sin expresión en la cara ni en la voz.

-Empecé a caminar y las sandalias me lastimaron los empeines, así que seguí descalza hasta que tuve que gatear porque me empezaron a doler mucho las plantas de los pies –explicó.

Como si hubiera quedado todo claro, se sentó en el pasto, no habló más, miró para abajo y se dedicó a revisar con atención las plantas de sus pies.

Pronto iba a anochecer. Miré a Angélico levantando las cejas, como preguntándole qué hacíamos. No me parecía bien dejar a la rubia sentada en medio de un pueblo que aparentemente estaba abandonado. Por otro lado, yo era una invitada, casi una intrusa y no me sentía con derecho a tomar ninguna decisión.

-Acá no te puedes quedar –dijo Angélico, saliendo de su mudez. Mejor vienes con nosotros a la casa hasta que te cures y después ves lo que haces. Ella no contestó, pero ronroneó otro poco y con más intensidad.

La ayudamos a pararse. Era delgada y no muy alta, me llegaría al mentón, o a lo sumo a la nariz. Las plantas de los pies eran una llaga viva y estaban sucios de tierra. En las palmas de las manos también tenía llagas y tierra. Los pantalones estaban sucios y rasgados. Angélico la levantó en brazos como si fuera un bebé, la llevó hasta la camioneta y la sentó. Yo me senté a su lado, contra la ventanilla y cerré la puerta. Angélico subió y arrancó, dio una vuelta en redondo con la camioneta, que derrapó sobre el pasto y enfilamos hacia la fazenda.

Durante el camino de regreso fuimos todos callados. La frente de Angélico seguía fruncida, se le marcaban dos surcos verticales, profundos. Solamente se escuchaba el ruido del motor y el ronroneo cada vez más fuerte de la rubia que iba impávida, como si mirara al frente pero con los ojos cerrados.

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30.4.08
  29 de abril 08, martes.

¿Se llevará María todos los problemas? Creo que por lo menos empezó. Hoy quiero llorar. Pero hoy es hoy, no es ayer –creo- y ayer fue martes, y hoy miércoles estoy escribiendo lo del martes, o sea ayer, y ayer martes vinieron a almorzar Marce e Ivonne, pasamos lindo, y de noche vinieron a cenar Fede, Andrea, Salva y acá estábamos Sofi, Ju, Ale y yo. Comimos ñoquis, era 29.

Va capítulo 9 de “Santa Clara (un espacio oscuro)”:


9

Atravesé la casa y salí al exterior; Angélico tenía razón: el aire a esa hora era agradable. Caminé bajo el alero sin apuro hasta encontrar a Angélico que estaba sentado sobre un sillón de hierro forjado, frente a una mesita de jardín sobre la que había un revólver. Lo estaba limpiando.

-¿Por qué el revólver? –le pregunté, extrañada.

-Por estos lugares es mejor andar armado –dijo, serio y tan natural como si estuviera diciendo “por estos lugares es mejor usar sombrero”. No sabes lo que es este territorio, es muy peligroso desde que Santa Clara quedó abandonada-. “Otra vez la misma historia”, pensé.

-No quiero asustarte –continuó- pero han pasado cosas raras, a veces algunos intrusos se meten en las casas vacías. Y siempre son de la peor calaña, ladrones, asesinos, gente que vive al margen de la ley. Llegaste acá sin problemas, por la gracia de Dios o porque algún Santo te protege.

Me quedé mirándolo medio incrédula, me pareció tan exagerada y antigua su expresión “por la gracia de Dios” que creí que estaba bromeando. O podría ser que fuera de una religión parecida a la del Hermano Ernesto. Pero no le dije nada, lo podía tomar como una burla o una falta de respeto y no quería ofenderlo. Angélico había sido muy amable conmigo.

-Vamos a ir hasta el pueblo a ver si vemos algún intruso –agregó convencido- estoy limpiando este revólver para ti. Mientras hablaba continuó limpiando el revólver con meticulosidad, lo dio vuelta, lo abrió, miró a través del caño y le puso algo que parecía aceite. Después colocó unas balas en el tambor y lo hizo girar. No quiero dejarte sola en la casa hasta que vuelva Donna Camila –continuó sin dejar de mirar el arma- así que vienes conmigo, pero no puedes salir sin armas.

Me molestó el tono imperativo, nunca soporté que me mandoneen y si hubiera estado en Montevideo o en un lugar más civilizado lo más probable era que lo hubiera mandado al diablo. Jamás tuve miedo de quedarme sola pero la idea de dar una vuelta por los alrededores e ir de nuevo hasta el pueblo me atrajo. No le discutí lo del revólver porque no valía la pena, además se notaba que Angélico era un obstinado, capaz que por vivir tanto tiempo solo. Y al mismo tiempo, pensé algo conmovida, él estaba convencido que lo hacía para cuidarme.

Cuando terminó la limpieza de las armas me alcanzó una canana con el revólver. Me la até a la cintura, como si l hubiera hecho toda mi vida y me senté frente a él. Enseguida se paró y vi que él también tenía una canana atada a la cintura. Caminó bajo el alero hacia el fondo de la casa. Los pasos sonaron fuertes y decididos sobre el piso de madera. Dio vuelta la cabeza, y dijo “vamos”, con ese tono que no admitía réplica.

Lo seguí sin protestar, divertida con la situación. Se dirigió hacia una camioneta medio vetusta pero bien conservada. No entiendo nada de autos y menos de autos antiguos, pero parecía una camioneta de esas que salen en las películas de los safaris en el África, fuerte, tipo Jeep pero con caja atrás. Angélico subió del lado del conductor y yo del otro lado.

“Capaz que es una camioneta de colección”, pensé al sentarme dentro de la cabina, maravillada de lo bien conservada que estaba. Los asientos eran de cuero y el tablero de madera. Arrancó y enfiló por el sendero de pasto hacia el pueblo.





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29.4.08
  28 de abril 08, lunes.

Cuando Sofi volvió me contó que había un criadero de caracoles en el frente, debajo de la casa. Fuimos a limpiar y a poner veneno. ¡Muerte a los caracoles invasivos y babosos! ¡Y a las malas ondas! ¡Que vuelvan a sus dueños! ¡#%&”###=?}]:-°°! (idioma brujil). Yo empecé a barrer y me dijo que yo no sabía barrer y tomó el vehículo –un poco maltrecho, pero en fin- y barrió (ella sí que no sabe barrer, jhi). Después volamos a las estrellas a hacer encantamientos con baba de caracol. Ji. Ji.


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28.4.08
  27 de abril 08, domingo.

De mañana, caminata por la playa. Había un kayak para surfear que nunca había visto. El tipo hacía lo que quería con las olas.
Almuerzo en la chacra -cumple de Nacho bis-, y atardecer en lo de Rosario, sobre el puerto de Piriápolis.















































































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TERESA PUPPO 2008

Nombre:
Lugar: Montevideo, Uruguay
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