De mañana llovió, paró, llovió, paró, llovió, paró, llovió, paró y nunca fui a correr ni a caminar. Ju llegó bastante temprano y pese al día lluvioso, en la tarde estuvo lindo. Vino Don Zoilo, el jardinero y me quedé en casa, hice un budín de queso, almorcé a las 3 de las tarde. Me ocupé de regar y trabajé en la compu. Cuando llegó Ju le propuse caminar por la playa e ir a ver a Salvador, pensé que la caminata nos iba a dar calor y nos darían ganas de bañarnos. Pero no, nada de calor, el viento arreció y se sintió más frío. Bué, pero la caminata estuvo buena y Salva muy gracioso. Y el atardecer un espectáculo.
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Otra vez vueltas y vueltas. Mareada. A eso de las seis salimos para Santa Lu.
No photographs. Snif... Aaaaatchís! Uf. Va capítulo 4 de “Santa Clara (un espacio oscuro)”.
4
Fui hacia la parada del ómnibus, repitiendo en silencio: “Santa Clara, Santa Clara, Santa Clara”. Se referiría a que Clara es santa, o a algún pueblo, como había dicho Doña Lorena el día anterior. Doña Lorena había hablado de un pueblo, fue de las pocas cosas que escuché. Había nombrado a un pueblo, y Brasil. “Cuidado, a veces es mejor no saber”, también había dicho algo así. Me recorrió un estremecimiento y recordé su chillido, que resonó en mi cerebro casi real. Tuve que cerrar los ojos con fuerza y respirar hondo.
Traté de concentrarme en otra cosa, en el día hermoso, en el paisaje. Miré hacia arriba: a través de las hojas de los plátanos que bordeaban la calle se veían pedacitos de cielo celeste. “Dónde habrá un pueblo que se llame Santa Clara”, pensé obsesionada mientras miraba el cielo, “debe haber más de uno”. “Esa vieja está loca”, decidí. “Basta de conjeturas inútiles”, me dije, subiendo al ómnibus.
El ómnibus no iba muy lleno. Me senté contra una ventanilla atrás de dos mujeres que subieron en la misma parada que yo. Ellas parloteaban y no les presté demasiada atención hasta que oí que una de ellas, una mujer muy arreglada, de melena corta y amarillenta nombró a Doña Lorena. Tiene que ser mi Doña Lorena, pensé. Me incliné apenas hacia adelante e intenté escuchar con disimulo.
-Sí, parece que está muy mal –comentó la otra, de pelo rojo más corto y enrulado.
-Dijo
-Dicen que habla de un bebé… –comentó la pelirroja, suspirando y mirando hacia el techo del coche-. También dicen que cuando era adolescente tuvo un bebé y que lo tiró a la basura dentro de una caja de zapatos para que nadie lo supiera… -susurró acercándose a la rubia.
Me quedé helada. “Manga de chusmas”, pensé, “mala energía tienen ustedes”. Me recosté hacia atrás para no oírlas. “Mirá si yo voy a tener mala energía”, me dije mirando las nucas de las mujeres con odio, “mala energía tiene la tal Rosa, esa la flaca maloliente”. Pensé en mis quinientos pesos y me paré y me fui al último asiento del ómnibus, no quise quedarme cerca de ellas.
Subió un niño repartiendo estampitas. “A voluntad”, decía, mientras recorría el ómnibus. Le di unas monedas y elegí una estampita de
Faltaba una hora y pico para que fueran las dos de la tarde y sentí hambre. No tenía ganas de sentarme en un restaurante así que entré a una panadería y compré un paquete de sándwiches, una botella de agua mineral y me fui a sentar a la plaza. Había algunos niños jugando, acompañados por sus madres y unos perros correteando por los alrededores. Busqué un banco que no estuviera a la sombra porque al sol estaba agradable, no hacía demasiado calor. Me senté y abrí el paquete, saqué un sándwich de jamón y queso y le di un mordisco. Un niño rubio, de unos dos años, se acercó, se plantó frente a mí con desparpajo y me dijo “¡Bruja!”. Sacó dos revólveres de juguete de la canana que tenía alrededor de la cintura, me apuntó y gritó: “Bang! Bang! Bang!” y salió corriendo, muerto de risa. La risa infantil, sonora, me hizo gracia. Se escondió atrás de la madre y asomó la cabeza. Cuando me miró le saqué la lengua.
Estaba terminando el almuerzo improvisado cuando se acercó una gitana, tenía una trenza oscura y larga que le llegaba más abajo de la cintura.
-Te adivino la suerte, preciosa –dijo dirigiéndose a mí. Yo estaba con la barriga llena y el ambiente apacible me había devuelto el buen humor así que acepté esperanzada, pensando que capaz que me decía algo más concreto de lo que había logrado sacarle a la tal Rosa y a Doña Lorena.
-Dale cincuenta pesitos a esta amiga, que por solo cincuenta pesitos te cuenta todo lo que quieras saber sobre tu futuro –susurró sentándose a mi lado. La pollera larga de un color rosado brillante cubrió la mitad del banco.
Le di un billete de cincuenta pesos que hizo desaparecer con rapidez dentro del escote; enseguida tomó mi mano izquierda y la observó con atención, siguió el trazo de las líneas con el índice delgado y frío.
-Mmm... –murmuró pensativa. Veo todos buenos presagios en esta mano. Aunque... –se interrumpió un momento con el ceño fruncido. Las cejas negras bien formadas, se destacaban sobre la tez cetrina-. Acá veo una traición y un hombre... Sí, veo un hombre y una traición, y también una mujer… –repitió. Me miró de arriba abajo, como si me evaluara.
-Mi reina –agregó enseguida en un susurro que apenas se oía y acercando su boca a mi oreja- tenés que aprender a desconfiar. (El comentario me hizo acordar a mi mamá).
-Veo... veo cambios, demasiados cambios –continuó con un tono silbante y mirándome de reojo- también veo viajes...
-¿Viajes? –le pregunté excitada- ¿A dónde?
-A ver… Brasil...y después un lugar lejano, muy, muy lejano... –me contestó mientras recorría la línea que rodea el pulgar. Me hacía cosquillas pero me quedé inmóvil, el comentario me dejó boquiabierta. Doña Lorena también me había dicho algo de Brasil.
-¿Brasil? ¿Y Santa Clara? ¿Ves algo de Santa Clara? –le pregunté impaciente. No sé si se dio cuenta de mi excitación o qué, pero la mano le comenzó a temblar. Me miró abriendo mucho los ojos oscuros y movió la cabeza de un lado a otro.
-Clara... Santa Clara... Ángela... No, Ángela, no vayas –repitió con aire trastornado. “Yo no le dije mi nombre”, pensé, asombrada. Soltó mi mano como si le quemara y enseguida se paró; y sin dejar de mirarme como hipnotizada caminó unos pasos hacia atrás y luego se dio vuelta y se fue caminando con rapidez rodeada del tintineo de los cascabeles que le colgaban de la cintura, sin que yo pudiera impedirlo. Caminó hacia la esquina como si escapara de algo y dio vuelta la cabeza dos o tres veces para mirarme de reojo hasta que desapareció entre la gente. No me animé a seguirla. “Las gitanas son peligrosas”, pensé. “Capaz que saca un cuchillo y me lo clava”.
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Nos fuimos a Montevideo, después de caminar por la playa hasta Los Tita a ver a Salva. Mientras llegaban me puse a sacar fotos. Hacía frío y no estaba nada lindo para bañarse. A la vuelta ya me había acalorado, además me hacía pis, así que me metí al agua. Qué suerte que mis riñones funcionen con tal rapidez. Estimulados por el mate, el té, claro. Porque el baño ¡valeu!
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Fui a Floresta a almorzar con Jota y Carmen, al final fuimos a la casa de unos amigos de ellos. Estaban también Daniel y Rosina. Je je.
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Me levanté temprano, Ju se había ido a las 4 de la mañana al aeropuerto, el avión salía para POA a las 5:30. Creo que le dije chau, aunque a esa hora soy zombie y puedo haber dicho cualquier cosa. “Hay hormigas”, por ejemplo. Bueno, “hay hormigas” es solamente por dar un ejemplo, no quiere decir que fuera a decir eso ni que nunca lo haya dicho. Pero la verdad es que HAY hormigas. Y hoy estuve poniendo veneno. Me despierta mi yo sádico y me quedo mirándolas, esperando a que agarren el cebo y lo lleven al hormiguero que no sé donde está, yo solamente las veo pasar y veo como se meten por una rajadura del piso de la terraza. No sé si van al centro de
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De tarde fui a sacar fotos. Había visto tantas formas redondeadas en la playa cuando corría que quise registrarlas. Cayeron unos gotones de lluvia así que volví a casa, sin encontrar las imágenes que buscaba, pero sí otras que me gustaron. Llegué justo antes de que lloviera con todo.
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Me puse a escribir. Me dormí arriba del teclado.
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