AUTORRETRATO http://08
8.2.08
  07 de febrero 08, jueves.

No registré nada porque estuve editando todo el día. Raúl me envió unos archivos .avi de unos videos que quería reeditar, y estuve tan emocionada que no salí a la calle. Ah sí, salí a las 8 a comprar muzzarela enfrente para las pizzas.

Así que va cuentito, que hace pilas que no subo. En realidad va capítulo, porque me decidí a subir “Santa Clara (un espacio oscuro)” de a capítulos. Entonces,

Va capítulo:

Santa Clara

(Un espacio oscuro)

1

Por la ventana entraba una luz mortecina que iluminaba apenas la habitación; el perfil aguileño de la mujer sentada delante de la ventana se confundía con el gris apagado del muro lindero. Parecía muy flaca y tenía las piernas demasiado juntas; una postura que me pareció forzada y hasta incómoda. Las manos cruzadas sobre el regazo y los hombros inclinados hacia adelante.

El lugar era relativamente pequeño y desde que me había hecho entrar la mujer no me había dirigido más la palabra ni me había prestado atención. “Pase”, me había dicho luego de cobrarme y se había dirigido hacia la silla solitaria. No me invitó a sentarme.

Me quedé un rato parada y luego me senté sobre un sillón desvencijado que estaba en un rincón. Aburrida y algo impaciente observé las paredes descascaradas; se veía que alguna vez habían estado pintadas de un color celeste fuerte que todavía resaltaba en algunas zonas. La mayor parte de la pintura que pretendía ser blanca estaba recubierta de manchas grisáceas que parecían de humedad, y de otros manchones más grandes y oscuros. Aspiré con desagrado el fuerte olor a moho mezclado con el aroma dulzón proveniente de un palito de incienso que se consumía solitario, sostenido dentro de una botella de yogurt. La ventana estaba cerrada y yo no podía entender por qué la mujer no la abría y dejaba entrar un poco de aire fresco. Aunque me sentí sofocada no quise sugerírselo, me desanimó su aspecto retraído, casi hostil.

Yo había llegado ahí gracias a Clara. Clara conoce a todos los videntes de Montevideo, a los que tiran las cartas del Tarot, los buzios, y todo lo que tenga que ver con técnicas de adivinación y profecía. “Doña Lorena es la mejor vidente del mundo, vienen de todas partes a consultarla”, afirmó una vez, rotunda; y yo pensé que exageraba como siempre. Ella misma anotó el teléfono de Doña Lorena en mi agenda. “Ángela, nunca se sabe”, me dijo sacudiendo la melena rubia y rizada “puede ser que algún día lo necesites”. Típico de Clara.

Nunca más me acordé de Doña Lorena hasta el sábado. No sabía qué hacer. Ya había pasado una semana y seguía sin tener noticias de Pablo. Revisando la agenda encontré el nombre y el teléfono de Doña Lorena. La llamé. “El lunes a las veinte horas”, me dijo una voz a través del tubo “son quinientos pesos y se paga por adelantado”. La voz sonó fría y brusca. Me pareció que era una voz de mujer.

“Supongo que Doña Lorena estará con algún cliente y por eso no me atiende”, pensé, cada vez más incómoda, mientras intentaba evitar que se clavara en mi muslo un resorte roto del sillón y acomodarme de alguna forma que no me provocara calambres.

Como si hubiera adivinado mi pensamiento, la mujer de la ventana habló, sin dejar de mirar hacia afuera.

-Doña Lorena está concentrándose –dijo en voz muy baja, como hablando consigo misma.

No le contesté. Sentía un fuerte nudo en el estómago. Pablo había desaparecido hacía dos semanas luego de una discusión que tuvimos por una pavada. “Cómo pudimos discutir por esa pavada”, pensé, contrariada, aunque ya no me acordaba por qué habíamos discutido. La discusión fue violenta, eso sí lo tenía claro. Pablo había metido toda su ropa en una valija y desde la puerta me había dicho con voz seria “esta vez, se terminó, no te aguanto más”. Lo dijo sin alterarse, creo que eso fue lo que más me irritó. Y se fue dando un portazo así como estaba, de pijama y pantuflas, con el pelo rubio todo revuelto. “No vuelvas más, mejor”, le grité a la puerta. Y después me puse a llorar. Lloré casi toda la mañana hasta que se me pasó la rabia. “Bueno, si se quiere ir que se vaya”, pensé, “y que reviente”. Y me dediqué a trabajar sin parar para no pensar más en Pablo ni en la pelea.

Ya ni me acordaba de Pablo (solamente soñaba con él, tenía sueños eróticos en los que llegaba a tener orgasmos y hasta esa parte –increíblemente- era mejor que la realidad), hasta el día en que me di cuenta de que las monedas de oro que había heredado de mi tía no estaban. Habían desaparecido.

La pobre tía Camila me las había entregado con toda solemnidad diciéndome que eran unas monedas muy antiguas que habían pertenecido a su tatarabuela que había venido de Italia, y que la tradición familiar exigía que se guardaran para usar en un caso de extrema urgencia, un caso que fuera de vida o muerte. Le juré que iba a cumplir la tradición. La tía estaba moribunda y no quise preocuparla.

Una semana después de que Pablo se fuera pensé en limpiar el cofre, una tarea que realizaba ocasionalmente, y cuando lo saqué del escondite lo sentí liviano. Lo sacudí, intrigada, y enseguida me di cuenta: el cofre estaba cerrado, pero vacío. Para mí las monedas tenían solamente un valor afectivo, porque la pobre tía Camila era la única parienta que me quedaba en este mundo (la única conocida, por lo menos), pero a pesar de eso era conciente de lo que podían valer para alguien que las mirara con codicia.

Durante los días siguientes revolví toda la casa en una búsqueda frenética tratando de pensar que Pablo las había guardado en otro lado y que se había olvidado de contármelo; y negándome de forma rotunda a aceptar lo que era evidente: que Pablo se las había llevado.

Con el pasar de los días acepté la evidencia porque era imposible que alguien que no fuera Pablo las encontrara. Solamente él y yo sabíamos donde estaban escondidas. Los pisos de mi casa son de tablas largas de pinotea y tienen un espacio de aire para ventilación, como la mayoría de los pisos de las casas de esa época. Yo guardé las monedas de oro en un pequeño cofre que había comprado en un anticuario. Era un cofre divino, antiguo, de plata repujada con dibujos de flores de lis; y lo había pagado muy caro. El cofre lo metí en un hueco del piso del dormitorio, donde se levantan dos tablas y aparece un gran espacio oscuro y lleno de telarañas. Después de esconderlo volví a colocar las tablas en su lugar y cubrí el piso con la alfombra.

Al día siguiente le mostré a Pablo el excelente escondite que había encontrado para las monedas de oro. Se rió. “¿Por qué no las ponés en un banco?”, me dijo, “alquilás un cofre y ya está”. Yo me negué de forma terminante porque el escondite me pareció perfecto y alquilar un cofre en un banco que además de ser caro, no me daba la seguridad necesaria; menos después de aquel escándalo en el que asaltaron un banco y se llevaron el contenido de todos los cofres fort y resultó que hasta el gerente estaba involucrado en el asalto.

“Y estoy segura de que fue una buena idea y funcionó hasta que a Pablo se le ocurrió llevarse las monedas y dejarme el cofre vacío”, pensé contrariada, con la vista fija en la puerta donde suponía que iba a aparecer Doña Lorena. Por más que yo no quisiera reconocer a Pablo como culpable, él era, irrefutablemente, la única persona aparte de mí que conocía el escondite. Lo que no podía entender era cómo había encontrado la llave porque una la tengo en mi llavero y mi llavero siempre está en mi cartera; y la otra llave la había escondido con todo cuidado en el fondo del frasco de lentejas y estaba segura de que a Pablo nunca, nunca se le ocurriría revolver ahí. Odia las lentejas.

Estaba ensimismada en esos pensamientos y miraba distraída los agujeritos de una mesa apolillada, cuando escuché un crujido suave, casi imperceptible. Levanté la vista: la mujer callada se acercaba a mí. Aparentaba unos cuarenta y pico de años y tenía puesto una especie de vestido suelto abotonado en la parte delantera que le llegaba a las rodillas, y aunque la tela tenía dibujos de flores de colores oscuros se notaba manchado y sucio. Los pies, de un tamaño que me pareció desmesurado para su estatura, estaban enfundados en unos zoquetes blancos que le llegaban a la mitad de la pantorrilla, y encajados como a la fuerza en unas chancletas de goma verdes que le dejaban el dedo gordo separado del resto de los dedos.

Se aproximó demasiado, casi hasta rozarme. Exhalaba un fuerte olor a grasa rancia que se mezclaba con el olor del incienso y del moho. Me paré y di un paso atrás tratando de poner la mayor distancia posible de sus efluvios.

-Por ahí –dijo, y señaló la única puerta que no era la puerta por la que yo había entrado un rato antes. La puerta era o había sido roja y estaba como el resto de la casa, sucia y descascarada. La abrí obedeciendo el ademán de la mujer que supuse que quería decir “adelante, vaya”.

Entré a la habitación y cerré la puerta detrás de mí. El lugar también estaba en penumbras y olía mal. El olor era indescifrable pero de cualquier forma era menos desagradable que el de la habitación anterior. En el centro de la habitación vi una mujer sentada ante una mesa ratona, sobre un sillón rojo de terciopelo sintético.

La mujer tendría unos sesenta años, era bastante gorda, de aspecto normal. O sea que no estaba disfrazada de adivina ni de nada que se le parezca; tenía una ropa sencilla, una pollera y una blusa que me parecieron de color gris. Se peinaba con raya al medio. La raya mostraba el cuero cabelludo, de un rosado muy claro y contrastaba con el pelo renegrido estirado hacia atrás.

La única luz que iluminaba el lugar provenía de un candelabro dorado de cinco velas que estaba apoyado sobre la mesa. El candelabro se interponía entre ella y yo, por lo que me resultaba imposible verla con claridad; ni siquiera puedo acordarme bien de sus rasgos. Si algún día me la cruzo por la calle no estoy segura de reconocerla. Lo único que recuerdo de ella es el pelo, los ojos oscuros y la voz, claro. Ese tono de voz es imposible de olvidar.

-Buenas noches, Doña Lorena –dije apenas entré y me senté frente a ella en otro sillón rojo de terciopelo sintético. Miré la alfombra que cubría el piso: era la imitación de la piel de un tigre, con cabeza y cola pero aplanados, sin volumen. La cabeza del tigre, desde el ángulo en que yo la veía parecía aplastada y tenía los ojos abiertos. Los ojos tenían una mirada sensual de un color celeste muy claro, casi blanco y estaban bordeados de pestañas negras y curvadas.

-Buenas noches, Ángela –me respondió una voz aguda y suave, como de niña, que contrastaba con su aspecto robusto. Levanté la vista de la alfombra y la miré sorprendida por el sonido de la voz. Ella inclinó un poco la cabeza hacia la derecha.

-¿Qué le sucede? –continuó la vocecita. Estiró los brazos rollizos hacia mí con las palmas vueltas hacia arriba y echó para atrás la cabeza con los ojos cerrados. Miré el camafeo que tenía atado con una cinta de raso negro alrededor del cuello, que antes desaparecía bajo la papada.

-¿Qué la trae por aquí, Ángela? –insistió sin cambiar la postura.

No sé si fue el ambiente, la luz de las velas, el aspecto pacífico de Doña Lorena o qué, pero tuve la sensación de conocer a esa mujer desde mucho tiempo atrás; como si ella, de alguna forma inexplicable estuviera unida a mí, a mi vida, a mi pasado, a mi futuro. Empecé a hablar y de un tirón le conté todo: las peleas con Pablo, el amor que nos había unido durante quince años, los proyectos que tuvimos, la situación en la que ahora nos encontrábamos. Creo que conté demasiadas cosas, demasiados detalles, pero no podía parar, me dominaba una verborragia desacostumbrada.

Ella escuchaba callada y mantenía los ojos cerrados; de vez en cuando largaba un profundo suspiro que hacía temblar la llama de las velas y hacía que las sombras que se proyectaban sobre la pared vibraran y formaran dibujos movedizos. La habitación parecía estar llena de seres informes y flotantes que se movían al ritmo de la respiración de Doña Lorena.

-Entonces usted lo que quiere saber es dónde, dónde está… –dijo en cuanto terminé de hablar. No terminó la frase. Abrió los ojos y miró hacia arriba, sin cambiar la postura. No pude descifrar si el tono era de pregunta o si era una afirmación. Me quedé pensando un momento.

-Yo... –le dije, dudando. No estaba segura de querer encontrar a Pablo o las monedas o qué. En ese momento no quería ni ver a Pablo y las monedas no me importaban, estaba furiosa y desilusionada-. Sí, lo que quiero es saber, Doña Lorena –afirmé casi enseguida y traté de darle a mi voz seguridad.

Enderezó la cabeza y me miró fijamente unos segundos, pero sé que no me veía, era como si mirara dentro de ella, ensimismada. De pronto los ojos se le pusieron en blanco. Durante un lapso que me pareció largo, larguísimo, aunque habrán sido diez o quince segundos siguió sentada con las piernas regordetas cruzadas una sobre la otra y los brazos y las manos extendidas, con una expresión seria e impasible pero con los ojos en blanco. Un tic notorio comenzó a moverle la comisura derecha de la boca y los brazos comenzaron a temblar.

-Brasil –dijo enseguida moviendo apenas los labios, sin temblar, sin el tic y con los ojos otra vez en posición normal. –Cuidado… No hay que saber…-dijo mirándome con una expresión de curiosidad que enseguida se transformó en incredulidad y luego en aprensión y terminó en espanto.

-Eees… uuuunpue-blo… qqque… ssss-e… llaam-aaaaaaa...–murmuró con esfuerzo, tartamudeando, con la respiración entrecortada. La voz se agudizó aún más al pronunciar la última sílaba y terminó en un aaaaaaaaaaa que fue un chillido. Me sobresalté y se me erizó la piel. Descruzó las piernas, las dejó separadas y se aferró a los posabrazos del sillón. Tenía las uñas muy largas y puntiagudas, pintadas de un color rojo fuerte. Las clavó en el terciopelo rojo. Los ojos le volvieron a quedar en blanco. Abrió la boca muy grande y emitió un sonido gutural: gggghhhh..... ggggggghhhh.... –no salía de eso. Le costaba respirar y me dio miedo que se ahogara. Los ojos le giraron en las órbitas, se le dieron vuelta de nuevo y de la boca le salió un hilo de saliva. Se arqueó hacia atrás y cayó al piso con estruendo, con sillón y todo, temblando, la boca abierta llena de una baba espumosa que comenzó a deslizarse por la mejilla.

Me paré sin saber qué hacer, me dio pánico la situación. “No me dijo el nombre del pueblito”, pensé, conciente de estar más preocupada por mí que por ella. Al instante se abrió la puerta de golpe y entró la otra mujer, la callada. La mujer no paraba de hablar.

-¿Que pasó, Doña Lorena, que pasó? –repetía desesperada, agachada sobre la vidente que seguía babeando y emitiendo ruidos guturales y temblaba cada vez más tirada sobre la alfombra, con las piernas gordas extendidas y rígidas, y el torso y los hombros arqueados hacia atrás resaltando los senos enormes y temblorosos. Los cachetes y la papada se movían como un postre de gelatina al ritmo de las convulsiones.

-Usted –dijo de pronto volviendo su cara flaca hacia mí y señalándome con un índice huesudo y largo. Usted. ¿Qué le hizo? Usted la mató-. Tenía una mirada torva y acusadora. Me estremecí y miré hacia la puerta, con ganas de salir corriendo.

-Doña Lorena, Doña Lorenita, hábleme por favor... –continuó, dirigiéndose de nuevo a la espasmódica y sin prestarme más atención.

Siguiendo un impulso me paré, agarré mi bolso y me fui, dudando si Doña Lorena estaba con un ataque de epilepsia o de histeria o estaba fingiendo para no decirme el nombre del dichoso pueblito.

Cuando llegué a la calle recordé que ya le había pagado, y le había pagado sin chistar porque la fama de Doña Lorena era grande; pero ya que Doña Lorena no me había dicho nada que valiera la pena pensé en volver y reclamarle a la mujer flaca los quinientos pesos. Considerando el estado crítico de las cosas decidí que no, que era mejor volver al día siguiente.

Caminé hacia la parada del ómnibus pensando en Pablo y enojada conmigo misma por haber sido tan estúpida y haber confiado en él y no haber sabido prever una situación como esta. Tendría que haber escuchado los consejos de mi mamá, que siempre me decía que no había que confiar ni en la propia sombra; “tenés que estar preparada para la trampa”, me decía cada vez que la descubría haciendo trampas cuando jugábamos a la canasta. Ella siempre me ganaba, claro, así cualquiera gana. “Aprendé... tenés que desconfiar hasta de tu mismísima madre”, insistía sin inmutarse ni mostrar una pizca de vergüenza por hacer trampas. En fin, perdida en esos pensamientos continué caminando.

“Pablo”, pensé, “grandísimo hijo de puta, espero que todo te salga mal de ahora en adelante”. Enseguida me arrepentí porque me acordé que una vez alguien me había dicho que desearle el mal a los demás acarrea grandes males para uno mismo; así que traté de pensar en Pablo con cariño y desearle el bien.

próxima entrega….(¿?)


Etiquetas:

 
7.2.08
  06 de febrero 08, miércoles.

Salí a correr. 35°. Volví a casa empapada. De transpiración y de agua porque fui con Paca hasta la escollera que está al lado del Club de Pesca, frente al Golf, y me saqué los championes, las medias y metí los pies en el agua. También me mojé la cabeza y la nuca, los brazos, las piernas. El agua estaba super fresca y transparente. Decidí interrumpir un rato la corrida porque Paca estaba jadeante, un jadeo medio ronco, pobre. No daba más. Se zambulló y nadó un buen rato, estoy segura de que me agradeció el impasse. Así como agradecen los perros: me miró con ojos cariñosos; aunque no es un perro sino una perra. Pero para este tema son iguales. Creo.

Después del almuerzo Nacho y Ale se fueron a bañar a las rocas, donde Paca y yo nos bañamos de mañana. Martín llegó un rato después a casa y se fue en bici hasta las rocas y se tiró de cabeza con tal mala suerte que se dio de cara contra una roca llena de mejillones. Se hizo pelota. Lo curaron. Por suerte le pegaron las heridas y no le hicieron puntos.

De noche festejamos el examen de Nacho con un asado. Martín, en su casa, estudiando.





Etiquetas:

 
6.2.08
  05 de febrero 08, martes.

Pocitos Beach. Demasiada gente. Estaba más bien fresco. Asado de noche con Salva y Ale (los más importantes de los presentes) Fede, Andrea, Manuel, Irene, Cori, Betania, Ju y yo. (Yo muy importante también). (Está bien, los otros también son importantes). (Pero menos).










Etiquetas:

 
  04 de febrero 08, lunes.

Carnaval. No fui a correr porque es feriado y la rambla se llena de gente. Aunque muuuuuucha gente escapó de la ciudad hacia las playas. Montevideo está tranquila. Nosotros: Playa Verde, MVD. O Montevideo Beach, como quieran.






Etiquetas:

 
  03 de febrero 08, domingo.

La chacra de Ivonne. La panza de Ivonne. Marce e Ivonne están agrandando la casa, supongo que para esperar al nuevo personaje que los va a acompañar. Pasamos la tarde con ellos. Cenamos en lo de Manuel e Irene un asado en una parrilla eléctrica increíble.























Etiquetas:

 
4.2.08
  02 de febrero 08, sábado.

Iemanjá, Stella Maris. La Diosa del mar. Cumple de Inés. Me pasé la tarde mirando películas y de noche fuimos a lo de Ine a darle un beso. Estuvo lindo. Extraño a Sofi que sigue no Brazil, ahora está en Imbituba en lo de Cali.












Etiquetas:

 
3.2.08
  01 de febrero 08, viernes.

Fui a correr. Otra vez apreté mal el cronómetro y me quedo sin saber si mejoré el tiempo o no. Creo que sí pero no sé.

Hicimos un asado, Julio es hipercarnívoro. Ale también, pero Ale no estaba. Vino Cori y también Manuel. Que también es hipercarnívoro.



Etiquetas:

 
  31 de enero 08, jueves.

Otro día trabajando en casa. La novela me está entusiasmando, vuelvo a meterme en la trama.

Sigo sin poder editar los videos de la cámara de fotos en Windows Movie Maker. Y bué… será una buena forma de practicar distintas opciones de plano secuencia.

Etiquetas:

 
TERESA PUPPO 2008

Nombre:
Lugar: Montevideo, Uruguay
Archivos
30/12/07 - 6/1/08 / 6/1/08 - 13/1/08 / 13/1/08 - 20/1/08 / 20/1/08 - 27/1/08 / 27/1/08 - 3/2/08 / 3/2/08 - 10/2/08 / 10/2/08 - 17/2/08 / 17/2/08 - 24/2/08 / 24/2/08 - 2/3/08 / 2/3/08 - 9/3/08 / 9/3/08 - 16/3/08 / 16/3/08 - 23/3/08 / 23/3/08 - 30/3/08 / 30/3/08 - 6/4/08 / 6/4/08 - 13/4/08 / 13/4/08 - 20/4/08 / 20/4/08 - 27/4/08 / 27/4/08 - 4/5/08 / 4/5/08 - 11/5/08 / 11/5/08 - 18/5/08 / 18/5/08 - 25/5/08 / 25/5/08 - 1/6/08 / 1/6/08 - 8/6/08 / 8/6/08 - 15/6/08 / 15/6/08 - 22/6/08 / 22/6/08 - 29/6/08 / 29/6/08 - 6/7/08 / 6/7/08 - 13/7/08 / 13/7/08 - 20/7/08 / 20/7/08 - 27/7/08 / 27/7/08 - 3/8/08 / 3/8/08 - 10/8/08 / 10/8/08 - 17/8/08 / 17/8/08 - 24/8/08 / 24/8/08 - 31/8/08 / 31/8/08 - 7/9/08 / 7/9/08 - 14/9/08 / 21/9/08 - 28/9/08 / 28/9/08 - 5/10/08 / 5/10/08 - 12/10/08 / 12/10/08 - 19/10/08 / 26/10/08 - 2/11/08 / 2/11/08 - 9/11/08 / 9/11/08 - 16/11/08 / 16/11/08 - 23/11/08 / 23/11/08 - 30/11/08 / 30/11/08 - 7/12/08 / 7/12/08 - 14/12/08 / 14/12/08 - 21/12/08 / 28/12/08 - 4/1/09 / 4/1/09 - 11/1/09 / 3/1/10 - 10/1/10 /


Powered by Blogger

Suscribirse a
Entradas [Atom]