Acompañé a Sofi al Shopping, nunca aprendo. En media hora me entró el desasosiego, la gentefobia, la claustrofobia, la inquietud sin límites, ganas de salir corriendo, de volver a casa, de que nadie me hablara, desesperación, prurito intenso, etc. O sea, neurosis casi, casi completa. Después de probarse 30 veces 2 camperas alternativamente, Sofi se decidió por una. A la vuelta me dijo que capaz que la cambiaba por la negra. Help!!!! No llevé la cámara porque dejé las pilas cargando, así que no pude sacar fotos, ni siquiera de mi total estado convulsivo.
Así que subo capítulo 12 de “Santa Clara (un espacio oscuro)”, que no sé si nadie la lee o a nadie le gusta, porque no comments. Y bué. Una hace lo que puede. Va igual. aunque nadie lo lea.
12
Los ronquidos de Clara eran insoportables, así que nos levantamos y nos fuimos al otro lado de la casa. Desde allí apenas se escuchaban, se mezclaban con el rumor de una brisa suave, ruidos de insectos, croar de ranas, y el chillido aislado de alguna lechuza o de algún animal nocturno desconocido para mí. La noche era oscura, sin luna y brillaban las estrellas.
Nos quedamos callados un buen rato; por mi cabeza pasaban mil interrogantes, pero no sabía de qué forma pedirle a Angélico que me explicara, ya que por momentos parecía muy introvertido. Montevideo, Pablo y Clara, Doña Lorena, las monedas de oro, me parecían tan lejanos como un sueño. Sentí como si mi vida hubiera cambiado de rumbo, y que, envuelta en una especie de vorágine no podía o no quería hacer nada para controlarla. Era conciente de que podía irme, volver a Montevideo, a mi trabajo, a mi rutina, pero de una forma extraña e inexplicable tuve la certeza de que aunque nada me retuviera en ese lugar, me iba a quedar. Decidí no preguntar nada, un presentimiento me hizo pensar que era mejor dejar que las cosas se fueran explicando solas.
Angélico se levantó y entró a la casa; pasó un rato, como no volvía pensé que se había ido a dormir. Me quedé mirando el paisaje nocturno. “Podría haber dicho buenas noches, por lo menos”, me dije. Me encogí de hombros. Nada me parecía demasiado importante. Cuando ya no lo esperaba, volvió con una botella de vino y dos copas.
-¿Quieres un vino, Ángela? –me preguntó. No sé por qué, pero me pareció medio cursi y rebuscado. Le dije que sí. Inclinó la botella y se oyó con claridad el gorgoteo del líquido llenando las copas. Me alcanzó una copa, la levanté y la miré a contraluz, observé los brillos rojizos. Aspiré el aroma. Tomamos en silencio, y sentí la calidez del líquido entre los dientes, debajo de la lengua, en el paladar, en la garganta. Era un vino espeso y aromático.
Apoyé la copa sobre la mesa, me paré y fui hasta la baranda de madera que rodeaba el porche. Me saqué las sandalias, bajé la escalera y caminé descalza sobre el césped húmedo. El césped me cosquilleó las plantas de los pies y me dio un escalofrío de placer. Me quedé parada dejando que me envolviera el lugar, la bóveda negra cubierta de estrellas, la sombra oscura y compacta del mato. Me saqué el vestido y la ropa interior, me senté sobre el césped y luego me acosté boca arriba, me deleité con el contacto de cada brizna de césped mojado bajo el cuerpo. Angélico se acercó, se desnudó y se acostó a mi lado. Di vuelta la cabeza, apenas, y nos quedamos un rato muy quietos, mirándonos a los ojos. Después hicimos el amor, como si los cuerpos tuvieran una autonomía propia y se conocieran desde siempre. Terminamos empapados, de la humedad del césped y de los cuerpos. A lo lejos, se oía más nítido el ronquido de Clara. Me quedé muy quieta, abrazada a él y aspirando el aroma del cuerpo desconocido. Sus manos tibias me acariciaron la espalda y la nuca provocándome una sensación placentera y conocida.
Supongo que me dormí y que después Angélico me llevó a mi habitación, porque no recuerdo haber caminado hasta ahí; y a la mañana siguiente me desperté en mi cama, desnuda y abrazada a Clara, que también estaba desnuda y ronroneaba. Clara estaba profundamente dormida y chupaba con fruición el pulgar de su mano izquierda, como un bebé. Me saqué una brizna de césped que tenía en la boca, lo que me confirmó que lo de la noche anterior no había sido un sueño. Mi ropa estaba sobre el sillón y las sandalias en el piso y había césped salpicado sobre la alfombra.
Etiquetas: mayo
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