AUTORRETRATO http://08
28.7.08
  25 de julio 08, viernes.

Nada de fotos. Nada de nada, salvo correr atrás de los administrativos, intentar solucionar el problema. Al final llamé al Banco Central. Me atendieron super bien y me dijeron que llevara una carta relatando mis penurias y fotocopias de los recibos, que ellos me hacían una carta para presentar en el BHU. Ya era tarde cuando terminé la carta, así que queda para presentar el lunes.

Va capítulo 19 de la novela “Santa Clara (un espacio oscuro)”:


19

Apagué el fogón y algunas velas, abrí la puerta de la cocina para dejar entrar a Carbón, que estaba sentado afuera. Me hizo unas fiestas y le acaricié la cabeza. Se metió en su cucha, bajo la cocina y se acurrucó sobre el cuero de oveja. Pasé el cerrojo a la puerta de la cocina y cerré los postigos. Verifiqué que estuvieran los demás postigos trancados.

Dejé un candelabro con dos velas encendidas en la cocina, otro en el baño, otro en el pasillo que comunicaba con el estar y uno más en el estar. Cerré la puerta de la cocina, por costumbre.

Fui al baño. Me senté, desaté los botines embarrados, me descalcé y los dejé en un rincón. “Mañana voy a tener que limpiarlos”, pensé, “quedaron horriblemente sucios después del paseo”.

Me desnudé, puse la ropa dentro del canasto de la ropa sucia, recogí el pelo en un moño sobre la cabeza y me metí en la bañera. Me enjaboné el cuerpo con la esponja y luego me recosté dentro de la bañera para enjuagarme. El agua tibia y el aroma a jazmín me adormecieron. Bostecé, tenía sueño. Salí de la bañera y me envolví en una toalla, me sequé con movimientos lentos. Me puse el camisón, me calcé las pantuflas y salí del baño.

Antes de acostarme di otra vuelta por la planta baja para controlar que todo estuviera bien. No oí ningún ruido, salvo el croar monótono de las ranas que venía del bañado. Como siempre, al pasar por el estar le di cuerda a la caja de música que Angélico me regaló para nuestro último aniversario. El sonido, una melodía dulce y triste llenó la casa.

Subí y entré al cuarto de Clara, estaba profundamente dormida. Me acerqué a mirarla. El cuerpo menudo, de nueve años, formaba un bulto pequeño y alargado sobre la cama. La arropé soplé las velas y me fui, cerrando la puerta con suavidad para no despertarla.

Volví a mi dormitorio y me senté sobre la cama. Miré el retrato de Angélico colgado sobre la pared frente a la cama. “Te extraño”, pensé. Admiré su porte, recordé la suavidad de la barba rubia, del mismo color del pelo. Besé la punta de los dedos de la mano izquierda y le soplé un beso, como todas las noches desde que murió de fiebres, por tomar agua contaminada. Me acosté.

La caminata con Clara hasta el arroyo me había cansado y aunque nos habíamos embarrado hasta las rodillas también nos habíamos divertido y habíamos recogido un montón de flores, y habíamos llenado los floreros de la casa. Las carcajadas alegres de Clara resonaron en mi memoria. Sonreí.

“Espero que Donna Lorena y Pablo regresen lo antes posible”, pensé al cerrar los ojos. Pablo, mi niño de dos años tan rubio como el padre. Esta era la primera vez que me separaba de él. Pablo adoraba a Donna Lorena y ella a Pablo, siempre fue su preferido. A Clara, Donna Lorena nunca la quiso demasiado. Donna Lorena tenía que ir a la ciudad a visitar a su madre y me pidió autorización para llevar a Pablo. “El niño tiene que conocer la ciudad”, fue la excusa y me hizo gracia porque sabía que lo que ella no quería era estar muchos días lejos de Pablo. Le di el permiso con gusto porque sabía que Donna Lorena lo iba a cuidar más que a su propia vida; pero ya hacía una semana desde que se habían ido y estaba deseando que volvieran, tenía muchas ganas de verlo, de mimarlo y abrazarlo. Me quedé dormida pensando en Pablo.

No sé cuanto tiempo dormí pero dormí intranquila, me parecía escuchar gruñidos de Carbón. Finamente me desperté al oír un chirrido y luego unos ruidos sordos, como golpeteos, murmullos y voces apagadas. Creí que había soñado. Me quedé inmóvil en la cama, atenta, escuchando. Los ruidos continuaron. Sí, sin duda había gente dentro de la casa. Eso era raro, la única persona que vivía con nosotras, desde antes que naciera Clara, era la casera, Donna Lorena.

Me levanté ilusionada, pensando que podría ser que Donna Lorena y Pablo hubieran vuelto. Me puse una chalina sobre los hombros y abrí la puerta del cuarto. Bajé la escalera y recorrí el pasillo en silencio, sonriente y reanimada. Me dirigí hacia el estar. En cuanto abrí la puerta del pasillo vi que la puerta de entrada estaba abierta de par en par, y que tres hombres mal entrazados revisaban los cajones de los muebles del estar, los daban vuelta sobre el piso dejando todo revuelto. Traté de esconderme pero uno de ellos me vio. Era un hombre flaco y alto, de tez oscura y ojos claros, el pelo, de una mota marrón apretada, era largo y greñudo.

-Olha, olha… –dijo mirándome. La voz sonó seca y fría. La expresión maligna de la cara me asustó. Los otros dos se dieron vuelta y me miraron. -Mirem queim apareceu... Ya que está acá a senhora Con seguridade va a fazer- nos el favor de traer el dinehiro –agregó sonriente. La sonrisa dejaba ver unos pocos dientes afilados y manchados. Hablaba en portuñol, con un acento muy cerrado, marcando mucho las eses. Me quedé paralizada.

En ese momento oí que se abría la puerta del dormitorio de Clara, luego el sonido de sus pasos tenues bajando la escalera y atravesando el corredor hacia el estar. Clara apareció caminando descalza, con los ojos abiertos, pero dormida; yo sabía que estaba dormida, que caminaba dormida, que era sonámbula, pero ellos no se dieron cuenta. Como todas las noches, tenía el pelo anudado en una trenza larga. Festejaron la aparición con risotadas groseras. Apenas se escuchaban los gruñidos de Carbón provenientes de la cocina.

-Agora a lourinha nos conta onde guarda el dinehirinho a sua mamacinha –dijo otro de los hombres, de voz pastosa y desagradable. Era un morocho grandote, una fea cicatriz le cruzaba la cara desde la frente hasta el mentón, y pasaba sobre el ojo derecho que parecía estar cerrado. Agarró a Clara de un brazo y la acercó a él. A su lado la figura de Clara parecía más frágil y menuda; y la tez muy blanca y el pelo rubio contrastaban con la piel oscura y curtida del hombre.

-¡No la toque! –grité furiosa. Clara empezó a temblar con los ojos abiertos, sin expresión. De su garganta salían unos ruidos extraños que nunca le había escuchado, una especie de ronroneo que se convirtió en un ronquido fuerte, como si le costara respirar. Me asusté, tuve miedo de que hiciera un espasmo. No me pude dar cuenta si se había despertado o seguía dormida.

Mientras, el hombre de ojos claros y otro más petiso y gordo recorrían la casa, abrían puertas, cajones, entraron al escritorio, a la cocina, se escucharon risotadas, ruidos de ollas que caían, golpes de puertas, de vidrios rotos. Oí los ladridos de Carbón que apareció corriendo y se abalanzó furioso sobre el hombre de la cicatriz que sostenía a Clara y le mordió la pantorrilla.

A puta que o parió! –gritó el hombre sin soltar a Clara, con el único ojo desorbitado y le dio una patada en la barriga al pobre Carbón que se estrelló contra la pared y luego cayó sobre el piso con un ruido blando. Quedó ahí tirado, un pequeño montón de pelo negro. Emitía un quejido suave, lastimoso.

El petiso volvió a la cocina y entró al estar blandiendo una cuchilla con la mano derecha. El vientre abultado se le sacudía al caminar. Al pasar junto al perro le dio otra patada, el cuerpo rodó hasta el pasillo y ahí quedó, contra la pared. Carbón ya no se quejó, estaba inmóvil.

-A ver si a mae agora recorda onde guarda el dinehiro –dijo y largó una carcajada aguda y penetrante. Tenía la barba crecida como de una semana. Apoyó el cuchillo bajo el mentón de Clara. Ella seguía con los ojos abiertos sin parar de roncar. Pero ya no temblaba y parecía tranquila.

El hombre de la cicatriz empujó al gordo sin decir palabra. El gordo lo miró con respeto, el morocho grandote lo doblaba en tamaño.

-¿Qué acontece con vocé, Maluco? –preguntó desconcertado.

-Deija a criancinha em paz –contestó con voz amenazadora.

-Déjela, por favor… –le rogué casi llorando, sin entender lo que decían. ¿No ve que es una niña? ¡Déjela! Ya le traigo todo. Subí corriendo la escalera y fui hacia mi habitación.

Apenas entré me subí a una silla y bajé el retrato de Angélico, metí la mano en el espacio oscuro que cubría el retrato, el espacio que usábamos para guardar las cosas de valor; retiré el cofre de plata repujado con flores de lis, lo abrí y saqué las monedas de oro que la abuela de Angélico había traído de Lombardía. Las metí dentro de un bolso de tela gruesa. Volví a colocar el cofre dentro del hueco, colgué el cuadro en su lugar y llevé el bolso al estar. Con la mano libre desprendí una telaraña que había quedado adherida a la manga derecha del camisón.

Le alcancé el bolso al petiso barrigón que lo abrió anhelante y miró el contenido. Sonrió.

-Muito bom, así tein que proceder, senhora, a gente fica muito agradecida –dijo con un tono socarrón. Agora, a festejar –agregó.

Se levantó y se dirigió a la cocina. Los otros dos fueron atrás de él. El hombre que tenía agarrada a Clara de un brazo no la soltó, la llevó con él. Ella no se resistió y caminó a su lado con pasos cortos. Los seguí. El ronquido de Clara sonaba más suave, parecía un ronroneo.

Recién ahí me di cuenta de que los hombres conocían la casa. “Donna Lorena...” se me ocurrió, sin poder creer en lo que yo misma estaba pensando. Era evidente que la puerta la habían abierto con una llave porque no estaba rota, ni forzada.

-Hoje a senhora vai fazar el servicio pra a gente –dijo el flaco de ojos claros, golpeando la mesa. Se sentaron a la mesa de la cocina con Clara entre ellos. Fui a buscar una botella de caña blanca a la despensa y la abrí, llené tres vasos. Le pedí que me dejaran acostar a la niña. Cuando a gente se va deija a menina com a mae, agora ela fica acá, con nos –dijo sonriente, mostrando otra vez la dentadura picada. Así a senhora vai ficar tranquila e calada –agregó. La voz del hombre era amenazante y al pronunciar las eses las marcaba con una especie de silbido desagradable.

Miré a Clara: se acurrucó bajo la mesa, sobre la alfombra, cerró los ojos y siguió roncando. Parecía dormida. Continué rogándoles que me dejaran llevarla a la cama hasta que el gordo se levantó enojado, empezó a insultarme a los gritos y me retorció el brazo derecho y me obligó a subir la escalera. En el descanso de la escalera no dudó, me arrastró del brazo hasta mi habitación, me empujó para adentro con fuerza. Caí al piso de rodillas contra la cama. Como en sueños lo vi sacar la llave de la puerta y cerrarla con un golpe seco. Escuché el ruido del cerrojo.

Etiquetas:

 
Comentarios: Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]





<< Inicio
TERESA PUPPO 2008

Nombre:
Lugar: Montevideo, Uruguay
Archivos
30/12/07 - 6/1/08 / 6/1/08 - 13/1/08 / 13/1/08 - 20/1/08 / 20/1/08 - 27/1/08 / 27/1/08 - 3/2/08 / 3/2/08 - 10/2/08 / 10/2/08 - 17/2/08 / 17/2/08 - 24/2/08 / 24/2/08 - 2/3/08 / 2/3/08 - 9/3/08 / 9/3/08 - 16/3/08 / 16/3/08 - 23/3/08 / 23/3/08 - 30/3/08 / 30/3/08 - 6/4/08 / 6/4/08 - 13/4/08 / 13/4/08 - 20/4/08 / 20/4/08 - 27/4/08 / 27/4/08 - 4/5/08 / 4/5/08 - 11/5/08 / 11/5/08 - 18/5/08 / 18/5/08 - 25/5/08 / 25/5/08 - 1/6/08 / 1/6/08 - 8/6/08 / 8/6/08 - 15/6/08 / 15/6/08 - 22/6/08 / 22/6/08 - 29/6/08 / 29/6/08 - 6/7/08 / 6/7/08 - 13/7/08 / 13/7/08 - 20/7/08 / 20/7/08 - 27/7/08 / 27/7/08 - 3/8/08 / 3/8/08 - 10/8/08 / 10/8/08 - 17/8/08 / 17/8/08 - 24/8/08 / 24/8/08 - 31/8/08 / 31/8/08 - 7/9/08 / 7/9/08 - 14/9/08 / 21/9/08 - 28/9/08 / 28/9/08 - 5/10/08 / 5/10/08 - 12/10/08 / 12/10/08 - 19/10/08 / 26/10/08 - 2/11/08 / 2/11/08 - 9/11/08 / 9/11/08 - 16/11/08 / 16/11/08 - 23/11/08 / 23/11/08 - 30/11/08 / 30/11/08 - 7/12/08 / 7/12/08 - 14/12/08 / 14/12/08 - 21/12/08 / 28/12/08 - 4/1/09 / 4/1/09 - 11/1/09 / 3/1/10 - 10/1/10 /


Powered by Blogger

Suscribirse a
Entradas [Atom]